Es muy común escuchar a muchos adolescentes decir que “no le dejan ser él mismo”, “le siguen tratando como a un niño” y “nadie le entiende”. Son tres aspectos básicos que nos dan una idea de que sienten y/o necesitan. Por ello, el hecho de permitirle “ganarse su independencia” es quizás uno de los temas más importantes, y a la vez, de los más comprometidos.
Llegados a esta edad, los adolescentes se ven mayores y creen “valerse por sí mismos”, mientras que muchos padres aún ven a sus hijos “como unos niños a los que hay que cuidar y proteger”, y esta la fuente principal de todos los problemas. ¿Hasta dónde puede llegar? ¿Cómo de mayor es para hacer ciertas cosas? ¿Cuánta responsabilidad puede asumir?, Si le dejo, ¿soy mal padre/madre?, si no le dejo ¿soy demasiado sobreprotector/a? Preguntas que, sin duda, llevan a los padres a sentir miedo e inseguridad, por no saber cómo afrontar esta nueva etapa.
La autonomía e independencia del adolescente es cada vez mayor, y sus referentes van aumentando, ya no solo está su familia, también entran en juego amigos, profesores… y ello conduce a una menor sensación de control por parte de los padres. Poco a poco, debemos ir concediéndoles más espacio, siempre haciendo hincapié en que esta mayor independencia, va unida a una mayor responsabilidad de sus actos, intentando concienciarles de que la “libertad” que tanto ansían, se la tienen que ganar ellos mismos, gradualmente.
En estas edades, un entorno seguro pare ellos es fundamental, sobre todo a nivel emocional, por lo debemos de intentar conseguir que ese espacio sea nuestro hogar. Hay que tener en cuenta que un ambiente familiar relajado, donde las expresiones de afecto son constantes y existen unos límites bien establecidos, favorecerá una actitud más conciliadora. Cuanto mejor sea el ambiente, las ganas del adolescente por interactuar con la familia serán mayores, favoreciendo a su vez esa confianza y respeto mutuo que resulta tan fácil perder en esta transición, y que favorecerán una mayor comunicación con el adolescente en muchos momentos. Si bien es cierto que la tendencia es a confiar todos los problemas que surjan a su grupo de iguales, siempre es bueno que tenga presente que puede tratar esos mismos temas también con su núcleo familiar, entendiéndolo como el pilar básico de su desarrollo social, emocional y personal.
La habilidad para hablar abiertamente sobre sus problemas es uno de los aspectos más importantes en la relación familiar, por lo que ésta debe favorecerse desde edades muy tempranas, aprovechando para pasar el mayor tiempo que nos resulte posible con nuestros hijos (contando historias a la hora de dormir, jugando, leyéndoles cuentos, haciendo excursiones…) fomentando así una base de confianza mucho más sólida, que dará lugar en un futuro a una mejor relación y mayor confianza por parte del adolescente.
Esta etapa no es fácil para nadie: los adolescentes se sienten incomprendidos, y sus padres, sienten que “todo va demasiado deprisa”, por eso debemos de fomentar los valores y actitudes desde bien pequeños, para que los vayan interiorizando y, de alguna manera, favorezcan esta transición desde el cariño, la tolerancia, la confianza y el respeto.
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